Con Loquillo la conversación nunca termina de fluir. Por mucha guasa que flote en el ambiente, es complicado alejar la sensación de que, si tocas la tecla equivocada, ese gigantón trajeado de tupé canoso e ingrávido va a sufrir un brusco cambio de humor y te va a arrear un guantazo. Su discurso combina una tierna chulería con el lenguaje militar lapidario desprovisto de modestia. "Siempre he sido un especialista en derrumbar los muros que se me han puesto por delante", cuenta sobre su última batalla: Su nombre era el de todas las mujeres, un disco donde canta poemas de Luis Alberto de Cuenca.
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